Había una vez en una olvidada ciudad, una joven llamada Juanita, quien cultivaba las mejores plantas y flores de toda la región: azahares, manzanilla, mangos, manzanas, etc. Por aquel entonces el rey había fallecido por no comer frutas y verduras. Entonces su hijo el príncipe Francisco V subió al poder, pero necesitaba una esposa. En honor a su padre hizo un concurso y mandó a pegar un anuncio que decía: “La mujer que cultive las mejores plantas se casará con el rey Francisco V, dentro un año contado a partir del día de la ceremonia de coronación. Todas las jóvenes interesadas deberán presentarse ante su majestad para que él personalmente les entregue las semillas.” Y con letras más pequeñas el anuncio decía: “Come frutas y verduras.” Y llegado el día de la coronación, había una gran fila de jóvenes mujeres que aguardaban al lo largo del castillo a que el mismísimo rey les diera las semillas.
Durante ese año Juanita cuidó con esmero su semilla, pero no logró que la planta creciera y aun así pensó en llevarla ante el joven rey. Una semana antes de que la fecha se cumpliera, por órdenes del rey, las jóvenes debían presentar sus plantas ante él. Al llegar al castillo, Juanita vio que las demás concursantes llevaban primorosas macetas con flores y se sintió desanimada, pero a pesar de todo conservó su lugar en la fila. El rey iba examinando cada maceta y cuando llegó ante Juanita, ella dijo:
- Ya lo sé, no merezco ser reyna.
- ¿Por qué no? –Preguntó el rey.- Fuiste la única honesta. Estas Semillas no florecían, ni siquiera germinaban… Por lo tanto, fuiste la única sincera.
En ese momento a Juanita le entró una alegría indescriptible. Una semana después Francisco V y Juanita se casaron y vivieron, no siempre felices, pero sí muy unidos hasta que la muerte los separó.
Durante ese año Juanita cuidó con esmero su semilla, pero no logró que la planta creciera y aun así pensó en llevarla ante el joven rey. Una semana antes de que la fecha se cumpliera, por órdenes del rey, las jóvenes debían presentar sus plantas ante él. Al llegar al castillo, Juanita vio que las demás concursantes llevaban primorosas macetas con flores y se sintió desanimada, pero a pesar de todo conservó su lugar en la fila. El rey iba examinando cada maceta y cuando llegó ante Juanita, ella dijo:
- Ya lo sé, no merezco ser reyna.
- ¿Por qué no? –Preguntó el rey.- Fuiste la única honesta. Estas Semillas no florecían, ni siquiera germinaban… Por lo tanto, fuiste la única sincera.
En ese momento a Juanita le entró una alegría indescriptible. Una semana después Francisco V y Juanita se casaron y vivieron, no siempre felices, pero sí muy unidos hasta que la muerte los separó.
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